Por Jorge de Arco
Escribió tiempo atrás Gianni Rodari, que la mejor forma de sanar a un niño que llora, era la de introducir en un vaso sus lágrimas, exprimir media naranja, echar un puñadito de azúcar, un trocito de azul y una pizca de alegría, removerlo brevemente con una cucharilla y dárselo después a beber… Y aquel lloro, se tornaría de inmediato en una plácida y duradera sonrisa.
Y traigo hasta aquí al maestro italiano, tras la lectura de “Lo que saben los erizos” (FaKtoría K de Libros. Pontevedra, 2015), de Beatriz Osés, un atractivo volumen poético, que tiene como protagonista a todo lo que rodea el misterio y la melancolía del llanto.
La temática de los sollozos, lamentos, desconsuelos…., es amplia en la tradición lírica universal, y, por igual, la han cantado Lord Byron, “lo que yo quiero,/ lo que sólo pido es una lágrima”, que Lope de Vega, “Que tanto puede una mujer que llora”, que Gustavo Adolfo Bécquer, “Asomaba a sus ojos una lágrima,/ y a mi labio una frase de perdón”, que Pablo Neruda, “Las lágrimas que no se lloran,/ ¿esperan en pequeños lagos?/ ¿o serán ríos invisibles que corren hacia la tristeza?…, y tantos otros autores y autoras, que han dado cobijo y vida a sus propias y ajenas aflicciones.
En este poemario que me ocupa, Beatriz Osés ha recogido casi una treintena de textos en los que la pena de una chiquilla se torna hilo conductor de una singular historia. En el poema que sirve de pórtico, escribe :
“La niña se viste
con traje de niebla.
Se mira al espejo,
refleja tristeza.
Recoge una gota,
redonda y pequeña,
pregunta en silencio:
“dime, ¿cuánto pesas?”.
De aquí en adelante, la protagonista tendrá ocasión de compartir sus inquietudes y sus preguntas con algunos animales -la ballena, el león, la musaraña…-, pero en ninguno de ellos encontrará la ansiada respuesta (“Dime cuánto pesa./ Dímelo, cigarra./ A mí qué me cuentas,/ si yo no sé nada…”).
Sin embargo, sí conocerá cómo se sienten y cómo lloran, por ejemplo, los elefantes, los pájaros carpinteros o las avispas:
“Las avispas lloran
lágrimas afiladas.
Las avispas lloran
vestidas a rayas.
Negras y amarillas
amarillas y negras
Lloran las avispas
si se sienten presas”.
Tamizado por un verso de arte menor que se apoya en distintos secuencias estróficas, Beatriz Osés ha vertebrado un conjunto donde prima la originalidad del discurso, sin dejar de buscar, a su vez, una esperanzadora solución que alivie el pesar de los personajes principales.
Miguel Ángel Díez ha sabido trazar con pericia cuanto acontece en estas luminosas páginas, y sus ilustraciones son el exacto complemento a un libro distinto y sugeridor:
“La niña se sienta
junto a las estrellas.
La negra tristeza
que flota en el viento
se sienta con ella”.