De Poesía Iberoamericana. Jorge de Arco
Eliseo Diego. El tiempo del paraíso

En 1949, Eliseo Diego dio a la luz “En la calzada de Jesús del Monte”. Contaba entonces veintinueve años y, un lustro antes, se había editado el primer número de la revista “Orígenes”. Junto a su director, Lezama Lima, Eiseo Diego tuvo ocasión de compartir una época dorada de la lírica cubana junto a Cintio Vitier, Fina García Marruz, Gastón Baquero, Virigilio Piñera, José Rodríguez Feo, Ángel Gaztelu… Aquel viaje común fue un período pleno de productividad, donde también dramaturgos, narradores, músicos, filósofos dejaron una impronta difícilmente superable.
Después de aquel primer volumen citado, el vate cubano publicó otros nueve poemarios: “Por los extraños pueblos” (1958), “El oscuro esplendor” (1966), “Versiones” (1967), “Muestrario del Mundo o el Libro de las Maravillas de Bolonia” (1968), “Los días de tu vida” (1977), “A través de mi espejo” (1981), “Inventario de asombros” (1982), “Soñar despierto” (1988) y “Cuatro de oros”. De manera póstuma, se editaron ya otros tres: “En otro reino frágil” (1999), “Poemas al margen” (2000) y “Otros poemas” (2001).
Y, de todos ellos, da buena cuenta “Nos quedan los dones” (Cátedra. Letras Hispánicas), una excelente compilación preparada por Yannelys Aparicio y Ángel Esteban.
En su amplio y jugoso estudio, ambos antólogos desvelan las principales claves humanas y líricas de Eliseo Diego: “Lo más destacable de su obra es que obtiene desde su primer libro de versos un tono inconfundible, así como una capacidad para controlar los tiempos y los espacios, y un modo muy personal de tratar poéticamente los objetos y los lugares, los volúmenes, la luz y las sombras, las circunstancias históricas y personales, como si fueran materiales exclusivamente líricos y no contaminados por la contingencia del existir…”.
Esa identidad tan definitiva en su forma de hacer, esa determinación verbal a la hora de afrontar la creación, seguía generándole una humilde duda, mucho tiempo después de haber iniciado su andadura:
Me da terror este papel en blanco
tendido frente a mí como el vacío
por el que iré bajando línea a línea
descolgándome a pulso pozo adentro
sin saber dónde voy ni cómo subo
trepando atrás palabra tras palabra
Su honestidad a la hora sostener la reescritura de sí mismo y de su sólita conciencia, repercute en su lirica de manera acentuada. Aprehender la verdad de lo existente, solidarizarse con la singularidad de la existencia, marcan en buena medida un cántico que pretende restaurar en cada verso la voluntad de una vida inclinada hacia una materia amatoria y anhelante:
El tiempo del Paraíso es el suave gotear del agua
cuando acaba de llover entre las hojas del plátano.
Al cabo, la palabra del vate cubano va enmarcando hermosos espacios de un tiempo ido y, a su vez, recobrado, real y misterioso, en constante batalla contra el olvido. Imágenes hechas verso y verdad, que son toda una vida, que se pasean ante los ojos del lector, y se reconocen desde el asombro y la satisfacción. Poemas, sí, de otra edad, pero que pueden sentirse muy adentro, casi como si fueran nuestros:
Un poema no es más
que una conversación en la penumbra
del horno viejo, cuando ya
todos se han ido, y cruje
afuera el hondo bosque; un poema
no es más que unas palabras
que uno ha querido, y cambian
de sitio con el tiempo, y ya
no son mas que una ancha,
una esperanza indecible;
un poema no es más
que la felicidad, que una conversación
en la penumbra, que todo
cuanto se ha ido, y ya
es silencio.